Confundí sus te quiero con traiciones que ya me habían traído suficientes dolores de cabeza, pero no estaba preparada para escuchar otro adiós. Éramos agua y corríamos el riesgo de inundar nuestros recuerdos en reclamos y rencores absurdos, pero sabía que aquel tsunami partiría en dos nuestras vidas. Le invité a recordarme cada vez que hiciera falta, mientras vaciaba mis ojos rozando nuestras manos al despedirnos.



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