Era allí, donde cada mañana regresaba para escuchar sus latidos. Había deseado ser mariposa y caer en las redes de la felicidad, pero no sabía que habían cortado sus alas y que jamás volvería a posar su magia ante las flores. Estaba triste y veía en sus ojos como aún  jugaba a ser bailarina de esa melodía que aquel bosque había creado. Sabía que la tenía al lado, que aunque el reloj se parase, mis latidos cogerían impulso para abrazar todos sus deseos, que aunque sus alas estuviesen rotas, aquella melodía volvería para hacerla volar.



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